Ocho años al servicio de la Orden: un camino de diálogo e innovación

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Rinnovo mandato Governatore Generale - 1

El pasado 30 de junio, el cardenal Gran Maestre firmó el decreto por el cual renueva «donec aliter provideatur» el mandato de Gobernador General al embajador Leonardo Visconti di Modrone, conforme a lo dispuesto en el artículo 11 de los Estatutos.

El Gobernador General es el cargo laico de mayor rango en la Orden y, según lo establecido en los Estatutos, actúa como su administrador central, con responsabilidad sobre su gestión financiera y económica. En calidad de principal colaborador del Gran Maestre —quien dirige y gobierna la Orden por nombramiento del papa—, el Gobernador mantiene un diálogo diario con Su Eminencia, a quien expone las necesidades de Tierra Santa e informa sobre sus contactos con las Lugartenencias, así como sobre las directrices impartidas. En el siguiente artículo, el embajador Visconti di Modrone evoca las principales etapas de su experiencia en el trascurso de sus dos primeros mandatos y destaca la importancia que otorga a la metodología del diálogo como vía para encontrar la fuerza y el consenso necesarios a la hora de apoyar decisiones innovadoras que velen por adaptar la gestión de la Orden a las exigencias actuales y futuras.

Uno de los aspectos más gratificantes de mis ocho años como Gobernador General de la Orden ha sido —más allá del contacto diario con los dos Grandes Maestres que se han sucedido en este periodo, el cardenal O’Brien y el cardenal Filoni— el diálogo permanente con los miembros en todo el mundo y la bondad con la que siempre han apoyado mis iniciativas.

Aún recuerdo el día en que asumí mis funciones. Al término de una reunión del Gran Magisterio, en mi discurso inaugural, expresé el deseo de fundar mi acción en base a un contacto continuo con todos los hermanos. Este espíritu de diálogo, incluso a pesar de ciertos obstáculos, me ha guiado desde mis primeros pasos.

Los desafíos iniciales y la fuerza del diálogo

Era consciente de que sucedía a una figura eminente como el recordado profesor Agostino Borromeo, un erudito de gran envergadura en la historia de la Iglesia. No contaba ni con su formación universitaria, ni con su vasta experiencia en el seno de la Orden, ni con su profundo conocimiento del ámbito eclesiástico. A pesar de ser un principiante inseguro en un papel nuevo, encontraba tranquilidad en su apoyo y palabras de ánimo. Sabía que mi única y auténtica fortaleza era la experiencia adquirida a lo largo de más de cuarenta años de vida diplomática y, con ella, una predisposición natural para la negociación. Por ese motivo, procuré poner esta experiencia al servicio de la Orden, manteniendo la continuidad con la labor de mi predecesor. Los dos vicegobernadores de la época, Giorgio Moroni Stampa y Patrick Powers, compartieron mi enfoque y, en una conversación confidencial justo después de mi nombramiento, me solicitaron conjuntamente una apertura cada vez mayor.

Comencé de inmediato con una visita a Tierra Santa, uniéndome a la Comisión entonces dirigida por el profesor Thomas Mc Kiernan, quien supervisaba de forma regular los proyectos y rendía cuentas al Gran Magisterio. El contacto directo con el patriarca y los responsables de las diferentes zonas operacionales siempre ha sido, a partir de ese momento, mi prioridad. Era y soy consciente no solo de mis exigencias estatuarias, sino también de la realidad incontestable de que quienes actúan sobre el terreno son los más cualificados para evaluar las prioridades y urgencias existentes.

A lo largo de esos meses, también se preparaba la Consulta. El tema principal de discusión era la reforma de los Estatutos y la redacción de líneas directrices para los lugartenientes. La complejidad del asunto y la ausencia de un verdadero enfoque dialógico no permitieron alcanzar un resultado inmediato. No obstante, esta labor fue el preludio de la redacción del Reglamento General, que no vería la luz hasta más adelante. Asimismo, constituyó una referencia fundamental para la organización de la siguiente Consulta, que —por una feliz intuición del Gran Maestre, el cardenal Filoni— fue también abierta a la participación de los Grandes Priores.

Superar las dificultades y reforzar la estructura

Una gran cuestión oscurecía la serenidad de esos primeros pasos: la división interna dentro de la Lugartenencia de Francia. Su reconciliación se había confiado al trabajo paciente de monseñor Bernard-Nicolas Aubertin, con quien en seguida mantuve una larga conversación en Santa Marta —donde residía— al día siguiente de asumir mis funciones. Solo mediante el diálogo y un espíritu de reconciliación —incluso en este delicado asunto— fue posible, gracias a él y a las personas que eligió, llegar con el tiempo a una solución.

En el plano administrativo, la controversia con el arrendatario de una parte del Palazzo della Rovere, la empresa encargada de gestionar el Hotel Columbus, suponía una carga. Nos enfrentábamos a la disyuntiva de resolver el litigio continuando con una gestión hotelera de calidad modesta y bajo rendimiento, o bien dar un giro completo, renovando la gestión del hotel y llevando a cabo una adaptación y restauración del palacio. Fue entonces cuando propuse al Gran Maestre de la época, el cardenal O’Brien —no sin algunos desacuerdos internos— optar por esta segunda vía, además de ser asistido por una Comisión Internacional de expertos en la toma de decisiones. Estoy convencido de que fue la decisión acertada.

Por coincidencia, mi nombramiento coincidió con la renovación de numerosos lugartenientes cuyo mandato llegaba a su fin. Era necesario renovarlos basando las elecciones en una información que a menudo resultaba limitada. De ahí surgió la necesidad de establecer contactos informativos confidenciales y, por su naturaleza, delicados, sobre todo con miembros del clero. Tuve que aprender a interpretar el lenguaje eclesiástico, sofisticado y al que no estaba acostumbrado, lleno de matices sutiles y de mensajes tanto explícitos como implícitos.

El diálogo como base de la acción

Indiferente a las críticas, siempre he posicionado el diálogo, con la mayor transparencia, en el centro de mi acción. Empecé a asistir a las investiduras, comenzando por los países más relevantes en términos de número de miembros y rango de contribución. Durante mi primera participación en una de dichas ceremonias en Burdeos, tuve la impresión de que el banquete que seguía a la investidura podía ser la ocasión ideal para exponer, a través de una breve intervención, las líneas de mi acción y los proyectos de la Orden. Desde entonces —animado por el Gran Maestre, el cardenal Filoni— he introducido esta práctica. Con el tiempo, a ello añadí la solicitud de un encuentro con los miembros de la Lugartenencia y sus candidatos, una iniciativa que más tarde se convirtió en costumbre y que se ha visto enriquecida con la participación del propio Gran Maestre.

Desde el principio, las reuniones regionales me parecieron una ocasión importante para reforzar el diálogo entre los lugartenientes. Tras el encuentro de los europeos en Roma, participé en el de los latinoamericanos en Buenos Aires y en el de los norteamericanos en Toronto. No fue sino hasta mayo de este año cuando pude hacer realidad mi sueño de reunirme en persona —y no a distancia— con los hermanos de Australia, Asia y el Pacífico en Perth. Asimismo, comprendí que, entre los europeos, era más constructivo organizar reuniones regionales reducidas entre Lugartenencias vecinas, por lo que promoví encuentros en Madrid, París, Estocolmo, Viena, Londres y Praga, al tiempo que alenté la inclusión en el orden del día de una reunión semestral entre los lugartenientes de lengua italiana. Dichos encuentros han permitido intercambios de experiencias muy útiles, favoreciendo una percepción común de los compromisos, así como una fraternidad en la oración.

Para favorecer una participación más amplia en la toma de decisiones, solicité al Gran Maestre, el cardenal O’Brien, la creación de nuevas Comisiones: una de Economía, otra Espiritual y una tercera para la Revisión de las normas protocolarias. Las dos primeras se confirmaron como permanentes y se incorporaron en el texto de los nuevos Estatutos; la tercera confluyó en la Comisión temporal que elaboró el nuevo Reglamento General, bajo la dirección del cardenal Filoni.

Desafíos recientes y nuevas oportunidades

La COVID fue un obstáculo terrible para los avances emprendidos. A lo largo de aquel período oscuro, las visitas se suspendieron durante un año y los encuentros tuvieron que organizarse por vía telemática, lo que redujo el efecto integrador de las conversaciones informales al margen de las ceremonias, que tanto habían favorecido la familiaridad. Las peregrinaciones también se detuvieron por completo, lo que provocó graves consecuencias no solo económicas para Tierra Santa, sino también espirituales. Después de la COVID, una tragedia aún más dramática, la guerra, obligó a la Orden a buscar nuevas formas de ayuda para la comunidad cristiana de Tierra Santa, cada vez más presionada y amenazada de extinción. Se fomentaron contribuciones adicionales a las habituales, que constituyen el pilar de nuestro compromiso caritativo, mediante llamadas, campañas específicas y proyectos concretos.

Mientras tanto, la operación Palazzo della Rovere iba tomando impulso. El valor de optar por la alternativa de la innovación fue recompensado, tras una larga y paciente negociación —no exenta de pasajes controvertidos, interferencias en la prensa y cambios oportunos de consultores— que culminó con la elección de un arrendatario de prestigio. Este nuevo socio, al asumir los costos de renovación del palacio, nos permitió no agotar los recursos de la Orden y ofrecer sólidas garantías de cara al futuro. El traslado temporal de las oficinas de la Orden a una sede provisional, para facilitar las obras, no disminuyó la eficacia del Gran Magisterio, aunque sí redujo necesariamente sus actividades de promoción. De hecho, en los meses previos se organizaron diversos actos y visitas en sus prestigiosos salones decorados con frescos de Pinturicchio, lo que ayudó a difundir la imagen de la Orden y promover el conocimiento de nuestras actividades caritativas. Esta labor de relaciones exteriores se vio acompañada de un refuerzo paralelo de los métodos de información y comunicación, que actualmente se lleva a cabo en seis idiomas en beneficio de un público cada vez más amplio.

Por una feliz coincidencia, las excavaciones en el jardín del palacio también revelaron importantes hallazgos arqueológicos. Tras una serie de acuerdos con las autoridades encargadas del patrimonio artístico, estos vestigios se expondrán en un pequeño museo, dirigido por una Fundación. Un Comité Científico autorizado, presidido por el cardenal Ravasi, supervisa su funcionamiento. También en estos procesos, el diálogo entre los representantes de las múltiples autoridades italianas y vaticanas implicadas, los eminentes consultores y los representantes del arrendatario —reunidos cada martes en un Comité Directivo— permitió una coordinación armoniosa de los trabajos de reestructuración y la elaboración de un proyecto expositivo-informativo que será de gran utilidad para la Orden. Las buenas relaciones establecidas con los dirigentes de los Museos Vaticanos permitirán devolver al Palazzo della Rovere fragmentos de frescos que se habían retirado durante los trabajos de restauración de 1950.

Conclusión: mirar hacia el futuro

En todas estas acciones, he contado con el apoyo constante del Gran Maestre —nombrado por el papa—, quien dirige y gobierna la Orden y ha sido informado diariamente de cada etapa. Asimismo, el principio de diálogo y transparencia con los distintos actores ha guiado mi labor. Todo ello me ha permitido implementar innovaciones y emprender iniciativas, compartiendo las responsabilidades con personas movidas por el mismo espíritu y con técnicos competentes.

Al término de mis primeros ocho años de mandato, y agradecido por la confianza que han depositado en mí los dos Grandes Maestres que se han sucedido en este periodo —el cardenal Edwin O’Brien y el cardenal Fernando Filoni—, invoco la protección de la bienaventurada Virgen, patrona de la Orden y Reina de Palestina, sobre la labor que aún me queda por realizar, la cual continúo con el mismo espíritu de servicio que me llevó a aceptar esta responsabilidad hace ocho años.

 

Leonardo Visconti di Modrone
Gobernador General

(Julio de 2025)