Cómo prepararse para la peregrinación

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Come prepararsi al pellegrinaggio - 1

Queridos Caballeros y Damas,

Nos disponemos a vivir una experiencia única: la peregrinación jubilar de nuestra Orden, en el corazón de la cristiandad, con motivo del año santo 2025. No se trata de un mero viaje, sino de un camino espiritual que debemos emprender con un corazón abierto, una fe viva y un espíritu de comunión eclesial.

Es una ocasión excepcional que nos invita a vivirla como un auténtico acto de fe.

Nos dirigimos a las basílicas papales como peregrinos y no como turistas, llamados a dar testimonio, mediante nuestra presencia y actitud, de la espiritualidad y la seriedad de nuestro compromiso dentro de la Orden y en la Iglesia.

He elaborado esta breve guía para ayudarnos a preparar de la mejor manera posible esta experiencia única en nuestra vida como cristianos. Como podrán comprobar, se trata de un recurso útil que puede utilizarse incluso antes de llegar a Roma, con el propósito de disponer nuestro corazón y nuestra mente para recibir las gracias que el Señor desee concedernos durante este acontecimiento jubilar.

Preparación espiritual

Resulta fundamental que cada uno de nosotros se prepare espiritualmente para los acontecimientos que experimentaremos a lo largo de la peregrinación. A continuación, se muestran algunas sugerencias a seguir, preferiblemente bajo la supervisión espiritual del sacerdote local (por ejemplo, el prior de la Sección o de la Delegación Local).

1)     Oración personal
2)     Confesión sacramental
3)     Eucaristía y comunión
4)     Meditación de la Palabra de Dios

 

1)     Oración personal
¿Qué aspectos debemos priorizar? Nuestra actitud interior será fundamental: debemos vivir la fe con emoción y gratitud, en silencio y recogimiento, así como disponernos para la comunión fraterna.

2)    Confesión sacramental
Se recomienda confesarse antes del viaje. Durante la peregrinación habrá sacerdotes disponibles para administrar el sacramento de la reconciliación, pero es preferible recibirlo antes de llegar a Roma.

3)    Eucaristía y comunión
No olvidemos celebrar a Nuestro Señor durante las misas y entrar en comunión con Él en nuestro cuerpo y espíritu.

4)    Meditación de la Palabra de Dios
La Palabra de Dios debe ser proclamada, escuchada y comprendida. Los lectores serán seleccionados antes de cada celebración entre quienes cumplan con los requisitos establecidos.

El Jubileo

El Jubileo es un año dedicado a la remisión de los pecados y las penas que estos conllevan; un tiempo de reconciliación, conversión y penitencia sacramental y, por consiguiente, de solidaridad, esperanza, justicia y compromiso al servicio de Dios, en gloria y paz con nuestros hermanos.

Para comprender plenamente el significado del Jubileo, debemos referirnos al Señor Jesús. En efecto, en el Evangelio según san Lucas leemos que Jesús se dirigió «a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor”. Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él. Y él comenzó a decirles: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”» (Lc 4, 16-21).

En la sinagoga de Nazaret, Jesús revela que Él es la presencia de Dios, la Palabra dada a los Padres hecha carne, y proclama el año de gracia, el Jubileo.

Jesús revela que, en Él, y a través de la Pascua, se cumple el proyecto de Dios, es decir, que en Él se realiza todo el bien que Dios desea para toda la humanidad, pobre y oprimida por el pecado, pero liberada por la Resurrección de Cristo y llamada a entrar en la Tierra Prometida de Dios.

He aquí la razón de nuestra alegría al celebrar el Jubileo.

¿Qué significa esto para nosotros, Caballeros y Damas?

Para nosotros, el Jubileo debe ser un «año de gracia».

La Iglesia nos abre las puertas de la verdad, de Dios Padre, quien, a través de la muerte y Resurrección de su Hijo y por medio de la acción del Espíritu Santo, nos llama e invita a pasar del pecado a la gracia, de la aceptación de nuestro sufrimiento a su valorización para la salvación del mundo.

Por ello, a través de la meditación de la Palabra de Dios y del Evangelio de Cristo, buscamos redescubrir esos valores auténticos que nos fortalecen y nos animan a dar testimonio, con nuestras palabras y nuestra vida, de la fuerza transformadora del Evangelio.

Jesús dice que ha venido a traer la vista a los ciegos, y nosotros anhelamos salir de nuestra ceguera interior. También ha venido a liberar a los prisioneros, pues no deseamos permanecer cautivos de nuestros días inútiles, monótonos o vacíos, sino transformarlos en momentos cada vez más luminosos gracias a su verdad y sacrificio en la Cruz.

Asimismo, Jesús nos dice que ha venido a poner en libertad a los oprimidos, pues no queremos ser sometidos a las cargas del mundo, sino llevar a todos la verdadera alegría.

La peregrinación: un camino de conversión y esperanza

La peregrinación es uno de los elementos simbólicos centrales del Jubileo, y su significado se intensifica al acercarse al camino hacia la gracia de la Misericordia, objetivo principal del año santo. El cansancio, el esfuerzo y las dificultades de la peregrinación prolongan y refuerzan la analogía con las pruebas de la vida, las cuales hallan consuelo en su meta, que es Dios mismo.

Concebir la vida como un viaje hacia Dios refleja la profunda necesidad del ser humano de hallarlo. El desplazamiento hacia un lugar sagrado evidencia la constante búsqueda de Dios por parte del hombre y, hoy como ayer, constituye un signo de fe y devoción.

La peregrinación es un signo distintivo del año santo, ya que representa el camino que cada persona recorre a lo largo de su existencia. La existencia misma es un peregrinaje, y el ser humano es un viator, un peregrino que avanza hacia el destino tan anhelado.

Para alcanzar la Puerta Santa en Roma o en cualquier otro lugar, cada persona deberá realizar, según sus fuerzas, una peregrinación. Este acto será el signo de que la misericordia también es un objetivo que alcanzar, y que exige compromiso y sacrificio.

La peregrinación es un camino de arrepentimiento y preparación para la renovación interior que el fiel realiza siguiendo las huellas de Jesús. Al mismo tiempo, constituye un itinerario concreto para obtener la indulgencia jubilar, ya que es necesario acudir como peregrino a los lugares de peregrinación vinculados al Jubileo.

 

Debemos ponernos en camino

La peregrinación a una de las iglesias jubilares tiene un significado profundo, ya que busca poner al ser humano en relación con Dios. Cada peregrino avanza hacia un objetivo concreto; no es un vagabundo.

La Iglesia nos invita a ponernos en camino, sin esperar a que Dios venga a nosotros. Depende de cada uno comprometerse a buscarlo, primero en nuestro interior y luego dirigiéndose hacia su morada, que es la casa de la comunidad, el lugar donde esta se reconoce como su rebaño.

 

Un camino de fe

Durante la peregrinación, el peregrino franquea ciertas etapas que se convierten en un paradigma de su vida de fe:

- La partida: manifiesta su decisión de avanzar hasta el final y alcanzar los objetivos espirituales de su vocación bautismal.

- El camino: lo conduce a la solidaridad con sus hermanos y a la preparación necesaria para el encuentro con su Señor.

- La visita al Santuario: para nosotros, Caballeros y Damas del Santo Sepulcro, se trata de las basílicas papales de Roma, donde escuchamos la Palabra de Dios y participamos en la celebración sacramental.

- El regreso: finalmente, le recuerda su misión en el mundo como testigo de la Salvación y constructor de paz.

La meta hacia la que se dirige el camino que realiza el peregrino es, ante todo, el encuentro con Dios.

En el Santuario, el peregrino se encuentra con el misterio de Dios, descubriendo su rostro de amor y misericordia. Esta experiencia se vive de manera especial en la celebración eucarística.

A continuación, la peregrinación conduce al encuentro con la Iglesia, que designa a la asamblea de aquellos a quienes la Palabra de Dios convoca para formar el Pueblo de Dios y que, alimentados con el Cuerpo de Cristo, se convierten ellos mismos en el Cuerpo de Cristo (CEC, 777).

La experiencia de la vida en común con los hermanos peregrinos se convierte también en una oportunidad para redescubrir al Pueblo de Dios en camino hacia la Jerusalén de la Paz, en la alabanza y el canto, en la fe y el amor únicos de un solo cuerpo: el de Cristo.

El peregrino debe sentirse parte de la única familia de Dios, acompañado por numerosos hermanos y hermanas en la fe, y guiado por el gran Pastor que nos conduce por el camino correcto, todo ello bajo la dirección visible de los pastores a quienes Él ha confiado la misión de cuidar y orientar a su pueblo.

 

Un camino de conversión

La peregrinación es un camino de conversión, sostenido por la firme esperanza en la infinita profundidad y fuerza del perdón que Dios nos brinda.

Por ello, el Santuario es también el lugar del encuentro en la Reconciliación. Allí, la conciencia del peregrino se conmueve; allí confiesa sus pecados; allí es perdonado y perdona; allí se transforma en una nueva criatura mediante el sacramento de la penitencia; y allí experimenta la gracia y la misericordia divinas.

De este modo, la peregrinación reproduce la experiencia del hijo pródigo en el pecado: conoce la dureza de la prueba y la penitencia al enfrentar el cansancio del viaje, el ayuno y el sacrificio, pero también experimenta la alegría del abrazo del Padre misericordioso, que lo conduce de la muerte a la vida: «porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado» (Lc 15, 24).

 

La Puerta Santa

La apertura de la Puerta Santa marca el inicio del Jubileo, pero también representa un símbolo espiritual para los cristianos.

Desde un punto de vista puramente material, podemos definir como Puerta Santa la puerta de las basílicas papales de Roma y otras iglesias que el papa ha proclamado como tales, incluso fuera de la ciudad.

La Puerta Santa de las basílicas papales solo se abre con ocasión de un año santo, momento en el que puede cruzarse para obtener la indulgencia plenaria de todos los pecados.

En efecto, el Jubileo es un periodo de un año durante el cual la Iglesia concede indulgencias especiales a quienes realizan peregrinaciones, se dedican a obras de caridad, a la oración y a la penitencia, y atraviesan la Puerta Santa.

 

¿Qué significa esto para cada uno de nosotros?

Con la apertura de la Puerta Santa, la Iglesia recuerda el valor de la conversión y la responsabilidad de ser cristiano: «En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas» (Jn 10, 7.9.11).

Cada persona debe asumir el compromiso de pasar del estado de pecado al de gracia, reconociendo y valorando su ser y su condición.

La Puerta Santa revela la figura de Cristo a través de la cual toda persona puede llegar al Padre, que es la verdad. Su enseñanza, su pasión, su muerte y su resurrección nos guían por este camino de salvación. Debemos comprender que, para ser una «oveja» del rebaño, estamos llamados a comprometernos plenamente a comprender el propósito de Dios para nuestra vida y nuestro sufrimiento, que nos une a Cristo.

Que cada uno se disponga a abrir de par en par su corazón al Cristo que abrió sus brazos en la Cruz, ofreciendo al mundo a María como Madre de toda la humanidad. Invoquemos a María para que nos conceda la fuerza de entregarnos por completo y acercarnos conscientemente a la Cruz de Cristo, convirtiéndonos en testigos de esperanza para todos los que encontramos.

 

La indulgencia jubilar

¿Qué es la indulgencia?

Varios documentos, incluido el Catecismo de la Iglesia Católica, afirman que: «la indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en lo referente a la culpa que gana el fiel, convenientemente preparado, en ciertas y determinadas condiciones, con la ayuda de la Iglesia, que, como administradora de la redención, dispensa y aplica con plena autoridad el tesoro de los méritos de Cristo y de los santos».

Esta definición subraya algunos puntos importantes que merecen ser precisados.

La indulgencia proviene del amor misericordioso de Dios que, a través de Jesús Buen Pastor, viene a buscarnos, nos muestra su rostro misericordioso, nos hace tomar conciencia de nuestro pecado, suscita el arrepentimiento y nos ofrece el perdón, que equivale a la creación de un corazón nuevo.

Es el mismo Jesús quien constituye la indulgencia y la propiciación por nuestros pecados (Jn 20, 22-23).

El pecado grave tiene una doble consecuencia:

- la pena eterna, es decir, la privación de la comunión con Dios, que se elimina gracias al sacramento de la confesión;

- la pena temporal, es decir, el desorden, las contradicciones y el desequilibrio que las conductas pecaminosas dejan en nosotros, tales como malos hábitos, desorden afectivo, debilidad de la voluntad y tendencia a recaer en el pecado.

Evidentemente, incluso después de que el pecador arrepentido ha recibido el perdón de Dios, la huella negativa permanece y, en la medida de lo posible, debe ser reparada mediante un camino de conversión.

La oración, los actos de penitencia, las buenas obras, así como los sufrimientos y pruebas de la vida soportados con paciencia y fe, contribuyen a la purificación que, si no se completa plenamente en esta tierra, se perfeccionará en el purgatorio.

Al pecador arrepentido, Dios, en su misericordia, concede ordinariamente, a través del sacramento de la reconciliación, el perdón de los pecados y la remisión de la pena eterna.

Con la indulgencia plenaria, la misericordia divina remite la pena temporal de los pecados ya confesados y elimina las huellas que el pecado ha dejado en nosotros.

Esto significa que el fiel puede alcanzar la purificación total de sus penas, evitando el Purgatorio.

La indulgencia no anula la necesidad del arrepentimiento y la confesión, sino que se suma a ellos como un signo adicional de la gracia divina.


Rvdo. Mons. Adriano PACCANELLI
Maestro de ceremonias de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén

 

(Septiembre de 2025)