«Es bueno para mí emprender la marcha desde el mundo hacia Dios, para que pueda elevarme a Él»
Presidida por el cardenal Fernando Filoni, Gran Maestre de la Orden del Santo Sepulcro, la celebración del funeral del Profesor Agostino Borromeo, Lugarteniente General de Honor de la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén, tuvo lugar en la basílica de los Santos Apóstoles de Roma, el 6 de febrero de 2024.
La misa fue concelebrada por Mons. Tommaso Caputo, Asesor de la Orden, y Mons. William Shomali, Vicario Patriarcal para Jerusalén y Palestina, en representación del Patriarca de Jerusalén.
De igual modo, participaron en la celebración el cardenal Edwin O'Brien, que era el Gran Maestre de la Orden cuando el Profesor Borromeo asumía el cargo de Gobernador General, Frey John Dunlap, Gran Maestre de la Orden de Malta, y Frey Alessandro de Franciscis, Gran Hospitalario.
Una delegación de Caballeros y Damas, dirigida por el Gobernador General, el Embajador Leonardo Visconti di Modrone, y numerosos amigos vinieron desde diferentes países para estar cerca de la familia del difunto.
Al final de la celebración, el padre Davide Meli, Canciller del Patriarcado latino de Jerusalén, leyó un emotivo mensaje del cardenal Pierbattista Pizzaballa, que rendía homenaje a la labor del Profesor Borromeo al servicio de la Iglesia en Tierra Santa.
A continuación, publicamos la homilía que el cardenal Fernando Filoni pronunció en homenaje al Profesor.
«Yo soy la resurrección y la vida:
el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá» (Jn 11, 25).
Ilustres Autoridades,
Queridos familiares y amigos del Profesor Borromeo,
Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
Con estas hermosas y reconfortantes palabras del Evangelio de Juan, quisiera introducir este momento de reflexión para la Liturgia de Despedida a nuestro hermano Agostino Borromeo. La nuestra es una Despedida en la oración que, aun en la tristeza de la separación, está llena de gratitud a Dios por haberle dado un esposo y padre a su familia, un hijo devoto a la Iglesia y un ciudadano íntegro a nuestro país, donde desempeñó extraordinarias misiones en diversos ámbitos.
En primer lugar, no podemos olvidar que el Profesor Borromeo, que pertenecía a la noble familia Borromeo, tenía el rasgo distintivo, sin enorgullecerse nunca de ello, de contar entre sus antepasados con el gran arzobispo de Milán, San Carlos, uno de los eclesiásticos que más magistralmente encarnó la renovación de la Iglesia de su tiempo.
Hombre de una gran cultura histórica, aportó una contribución muy valiosa al conocimiento y a la crítica histórica de acontecimientos complejos y, a menudo, controvertidos. Agostino Borromeo estaba licenciado en Ciencias Políticas (con especialización en Historia) de la universidad de La Sapienza de Roma, donde llegó a ser profesor de Historia Moderna y Contemporánea de la Iglesia y otras confesiones cristianas. Más tarde, fue profesor de Historia del Cristianismo y de las Iglesias en la Libre Universidad María Santísima Asunta (LUMSA). Obtuvo el diploma de archivero de la Escuela del Archivo Secreto Vaticano y siguió cursos de teología en el Instituto de Ciencias Religiosas de la Pontificia Universidad Gregoriana. Principalmente, fue presidente del Instituto Italiano de Estudios Ibéricos, colaborador del Instituto Histórico Italiano y miembro activo y académico de numerosas asociaciones científicas y culturales italianas e internacionales. Sería muy extenso enumerar todas sus numerosas publicaciones y actividades profesionales y no profesionales. Sin embargo, no puedo dejar de mencionar su nombramiento en el año 2002, por la voluntad del Papa San Juan Pablo II, como Miembro del Comité Pontificio de Ciencias Históricas, y por el Papa Benedicto XVI, como auditor laico de la Asamblea Especial para Oriente Medio del Sínodo de los Obispos en 2010. A su vez, debo mencionar su pertenencia a la Soberana Orden Militar de Malta y su compromiso generoso con UNITALSI. Pero, fue en el seno de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro, de la que era Caballero de Collar, donde desplegó la riqueza de sus talentos y manifestó su sentido de la organización: primero, como Canciller y Miembro del Gran Magisterio y, después, como Gobernador y Lugarteniente General, llegando finalmente a ser Lugarteniente General de Honor.
Como Gran Maestre, quise que fuera uno de los miembros de la Delegación durante mi peregrinación oficial a Tierra Santa, invitación que acogió con gran placer. De hecho, él mismo afirmó: «Este será mi último viaje a la Tierra de Jesús». Fue en mayo de 2022. Lo recordaba como un acontecimiento memorable, como si ese viaje presagiara que sería la síntesis definitiva de todo su compromiso con la Tierra del Señor.
En efecto, el Conde Borromeo tenía una pasión extraordinaria por Tierra Santa, a la que siempre acudía con espíritu de «peregrino», incluso cuando iba para conocer de primera mano las obras que la Orden apoyaba en el Patriarcado latino de Jerusalén. Como a menudo hemos comentado entre nosotros, Tierra Santa no debe reducirse a un simple yacimiento arqueológico de fe o a una tierra en la que nos vemos obligados a contemplar, impotentes, el enfrentamiento entre israelíes y palestinos. Todos los cristianos tienen un papel y una tarea que cumplir, y él estaba orgulloso de que la Orden del Santo Sepulcro la cumpliera con humildad, sencillez y eficacia.
Querido Profesor Agostino, el misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor siempre ha estado en el centro de tu fe, y esa fe en el Resucitado ha sido la línea segura y fiable que has seguido a lo largo de tu vida. Tu fe estaba viva, testimoniada con humildad, sencillez y serenidad, pero también con la fuerza de la nobleza del alma y la inteligencia; una fe profundamente arraigada en las palabras del Evangelio que hemos escuchado: Jesús, dirigiéndose a Marta de Betania en un momento triste, el de la muerte de su hermano Lázaro, proclama: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá». Después, él le pregunta: «¿Crees esto?». A esta cuestión, Agostino, respondiste como Marta: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
Esta fue la fe de Agostino Borromeo, una fe que vivió a lo largo de su vida de manera rica y fructífera, siendo un hijo devoto y un servidor de la Iglesia, siempre con un compromiso constante e ideal, casi por deferencia a la herencia espiritual de su ilustre antepasado San Carlos.
Querido Profesor Borromeo, con tu fidelidad, has contribuido a esta animación cristiana de la sociedad que acepta los retos de la modernidad, sin oposición y, al mismo tiempo, con el análisis y la comprensión necesarios de los hechos.
Tu discreto trabajo al servicio de las personas enfermas con UNITALSI nos mostró el sentido de tu caridad, mientras que en el seno de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro manifestaste tu generosidad hacia los pobres y las necesidades de la Tierra de Jesús; todo ello, podemos decir, con el carácter de un laico que vive su «vocación» en el mundo y cumple la clarividente y sagrada «misión» de los bautizados.
Gracias por tu lúcido testimonio de fe, que, sin lugar a duda, no puede resumirse en estas pocas palabras.
Pero, permítanme añadir unas palabras sobre aquel Agostino que vivió la vida familiar de manera ejemplar, en la que encontró la savia de una serenidad atrayente y vivificante. Hoy, toda nuestra simpatía y cercanía humana se dirigen a su esposa Beatrice, a sus hijos Carolina, Renato y Francesco, así como a su hermana Ludovica y a su hermano Gianalfonso. Le queríais y él os quería. Que el recuerdo del inolvidable tiempo vivido juntos los acompañe y consuele, aunque su partida cree un vacío en su existencia. Su testimonio de bondad no se perderá ni para ustedes ni para ninguno de nosotros. Que esto nos dé el sentido y la plenitud de una vida más allá de la muerte y del consuelo cristiano.
Hoy, todos encomendamos a nuestro hermano Agostino al Señor Jesucristo y, a través de nuestra oración, pedimos al Señor Resucitado que, en su misericordia, lo purifique de las debilidades y faltas que haya podido cometer en su vida y, purificado, lo acoja, como un siervo bueno y fiel, en la casa del Padre.
Que rece por su familia y por nosotros, y que continúe apoyándonos con su afecto ante el Señor.
Para finalizar, quisiera citar a un gran obispo de los tiempos apostólicos, Ignacio de Antioquía, quien decía a sus cristianos: «Es bueno para mí emprender la marcha desde el mundo hacia Dios, para que pueda elevarme a Él».
Y eso, querido hermano Agostino, es lo que el Señor te ha concedido.
Amén.
(6 de febrero de 2024)