Seguir siendo plenamente humanos. Navidad.

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Restare umani - 1

La escritora iraní Azar Nafisi, cuyo libro se adaptó a la gran pantalla en una versión dirigida por el israelí Eran Riklis y premiada en el Festival Internacional del Cine de Roma (2024), declaró en una reciente entrevista que, a pesar de la triste historia que narra sobre los años en los que yo también me encontraba en Teherán (1983-85), la «voluntad de la historia es amar al prójimo», es decir, la importancia de no olvidarnos de «seguir siendo humanos».

Ese es el problema: seguir siendo humanos. Pero ¿cómo podemos serlo frente a la violencia, la guerra y el odio? ¿Cómo podemos seguir siendo humanos en Bucha (Ucrania), en Reineh y sus alrededores (lugar de la masacre de civiles a manos de Hamás y sus secuaces), en Gaza (donde decenas de miles de personas han fallecido en los ataques indiscriminados del ejército israelí), en la Alta Galilea, el Líbano, Siria, Somalia o aquellas zonas de migración e, incluso, en las cárceles? Y – ¿por qué no? – incluso en nuestras relaciones más profundas e íntimas con nosotros mismos, mientras nos enfrentamos a la depresión o a terribles abusos de todo tipo, por no hablar de la violencia intrafamiliar e, incluso, hacia los hijos y seres queridos.

¿Seguir siendo humanos? ¿Y sin puntos de referencia? ¿Eso es posible? Por si fuera poco, ¿en una sociedad secularizada y desorientada como la nuestra en Occidente, caracterizada por familias sin núcleo ético ni espiritual, la emancipación de los principios religiosos e, incluso, culturales, y la lucha contra inteligencias artificiales que sustituyen a las nuestras? Para un cristiano, «seguir siendo humano» no puede disociarse de su punto de referencia, es decir, de Cristo, puesto que, con la Encarnación, es Dios mismo quien se hizo hombre hasta lo más profundo de sí mismo. He aquí el sentido de la Navidad y de la fiesta que, a pesar de todo, continuamos celebrando en la prosperidad de las luces y los regalos.

La Navidad que celebramos es aquella en la que Dios viene y sigue siendo humano contra toda violencia, secularismo y depresión interior. Por esta razón, cuando se está desconectado de la revelación cristiana, es difícil seguir siendo humano apelando simplemente a los esfuerzos de una buena voluntad.

Charles Péguy, un escritor-poeta que me encantaba cuando era joven, decía que tenía miedo de la historicidad de Dios, de ese Jesús que era la piedra angular de la historia y al que tantos querrían expurgar en la actualidad. No obstante, para Péguy, la centralidad histórica de Cristo está en el acontecimiento, es decir, en la vida divina que se convierte en historia inexorable. En efecto, no es raro que Jesús se enfrentara a quienes querían apartarlo (como los «hermanos» de José, hijos de Jacob, que lo vendieron a la indiferencia de los mercaderes nómadas) o eliminarlo (como intentó Herodes). En El Misterio De Los Santos Inocentes, Péguy escribió que la Encarnación sostiene e ilumina todo, porque la Gracia que Cristo introduce en la historia a través de su Encarnación transforma el Juicio en esperanza de misericordia.

Francisco de Asís quiso vivir la experiencia de viajar a Tierra Santa con sencillez y humildad para tocar con sus propias manos el misterio del Dios humano; y, a su regreso a Greccio, quiso dar vida al belén, es decir, a esa representación del ser humano más puro, a aquel niño recién nacido que de todo necesita. Cuando nace un niño, en la familia, en la sociedad, es realmente Navidad. «Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado», profetizaba Isaías (Is 9,5), anunciando– ante la esterilidad pagana y al terror infundido en su época por culpa de los guerreros arameos – la Bendición que recibiríamos en Cristo. Es ahí, ante un recién nacido, donde podemos descubrir la preciosidad del ser humano; ante un recién nacido, en el sentido más puro, tomamos conciencia y comprendemos lo preciosa que es la vida.

Es la Navidad de Cristo la que nos reconcilia y nos mantiene plenamente humanos, así como la que nos ofrece la posibilidad de observar, con los ojos desencantados y sin asombro, los acontecimientos que nos entristecen y condicionan. Teológicamente, «Dios con nosotros» no solo nos recuerda la sencillez y la pobreza de Belén (hoy tan vacía de peregrinos), sino que, sobre todo, nos ayuda a comprender a Cristo, quien nos acompaña en un camino sin ideas preconcebidas, prejuicios ni fronteras.

En mitad de la noche, Dios quiso hacerse y permanecer plenamente humano en Jesús. Me gustaría decir aquí que el punto crítico entre la historicidad existencial de Jesús, verdadero hombre, y su ser «Otro», verdadero Dios, no es fácil de rebasar. Toda la vida terrena de Jesús responde a la duda que muchos han formulado en cuanto al origen del predicador de Galilea («pero ese no sabemos de dónde viene», Jn 9,29), hasta la última cuestión de Pilato: «¿De dónde eres tú?» (Jn 19,9). En medio de todas estas preguntas de búsqueda de sentido, el río de las «palabras» que nadie había pronunciado nunca fluye a raudales («¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad», Mc 1,27), pero también los signos extraordinarios hacia las personas que sufren («Id y anunciad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan», Lc 7,22), hasta el perdón sacramental de los pecados.

Solo en Cristo, que murió en la naturaleza humana y después resucitó, se resuelve todo en la fe que solo pertenece al hombre. La fe solo se concede al ser humano, no a los ángeles ni a los demonios. Por tanto, debemos seguir siendo humano a través de la fe, porque en la fe se funden lo humano y lo divino.

«No podemos escapar de la Encarnación – comentaba Péguy – y así es como regresa la Navidad».

 

Fernando cardenal Filoni
Gran Maestre

 

(Diciembre de 2024)