Pascua 2024: mensaje del Gran Maestre a los Caballeros y Damas de la Orden del Santo Sepulcro

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Pasqua 2024 - 1

Queridos Caballeros y Damas del Santo Sepulcro de Jerusalén,

Hay un pasaje, uno de los más significativos del Evangelio, en el que la «palabra» del Señor se transforma en un «gesto» cargado de un nuevo contenido y que nos ayuda a entrar en la Pascua del Señor. Como ya sabemos, el gesto es siempre un lenguaje que refuerza la palabra, es más, no pocas veces la hace aún más evocadora.

Observemos el pasaje del relato del evangelista Lucas: el Maestro se encontraba en Jerusalén con motivo de la Pascua. Habló extensamente de la vigilancia, advirtiendo contra la hipocresía y el engaño. De pie en el Atrio del Templo, quiso comentar un gesto casi insignificante y oculto, la ofrenda de una pobre viuda que, al entrar en la Casa de Dios, echó dos monedillas, todo lo que tenía; fue un hermoso gesto de amor a ese Lugar, aquel de la presencia gloriosa del Altísimo en medio de su Pueblo: la Shekinah de Dios. Entonces, Jesús predijo sobre Jerusalén el día en el que la Ciudad Santa sería humillada, destruida y privada de su nobleza espiritual. El día había sido agotador y, al atardecer, el Señor se dirigió a la cima del Monte de los Olivos para rezar ante la ciudad de David. Si ya hemos peregrinado a Tierra Santa, conoceremos bien este evocador lugar frente al imponente muro de la explanada del Templo.  

Al día siguiente, al acercarse la fiesta de los Panes sin Levadura, Jesús, deseoso de celebrar la Pascua, envió a Pedro y a Juan a preparar lo necesario: el lugar, el pan, el vino y las hierbas amargas, y les dijo: «Id a prepararnos la Pascua para que la comamos» (Lc 22, 8). La Pascua hebrea, tan rica en simbolismo para Israel, fue la última para Jesús, pero también la ocasión para un acontecimiento nuevo que llevaba en su corazón: la institución de lo que para la Iglesia resultaría la Pascua sacramental, la Eucaristía: «Y cuando llegó la hora, se sentó a la mesa y los apóstoles con él, y les dijo: “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer” … Y, tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: “Esto es mi cuerpo… haced esto en memoria mía”. Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz, diciendo: “Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre…”» (Lc 22, 14 et s.).

Este signo, que consiste en «partir el Pan» y «tomar el cáliz», se convertirá en el sello de reconocimiento del Maestro resucitado.

En este gesto de Jesús, la «palabra» se convirtió en un «gesto significante», es decir, en un sacramento. En torno a esta, la Iglesia se reunirá y los cristianos se reconocerán como Koinonia, es decir, como la Comunidad de fe en el Resucitado, en la que cada bautizado tendrá una existencia «eclesiológica» a la que estará vinculado para siempre. En la palabra de Jesús, convertida así en gesto, se encuentra todo el «signo» sacramental entregado a la Iglesia. En este sentido, en la fe, también nosotros lo acogemos.

Al igual que Pedro y Juan, también este año estamos llamados a prepararnos para la Pascua, sabiendo muy bien que, como Caballeros y Damas de la Orden del Santo Sepulcro, estamos unidos de manera inextricable al misterio de Cristo. No podemos ignorar la invitación de Jesús: «Id a prepararnos la Pascua…», sin implicarnos espiritual y emocionalmente en el nuevo acontecimiento del Señor, en toda su belleza y riqueza. Esta petición de Jesús nos concierne directamente.

No tendría sentido peregrinar a Jerusalén si no tuviéramos el sentido profundo de lo que somos y queremos ser; si no tuviéramos el deseo de revivir la Pascua del Señor y con el Señor, porque toda peregrinación es un viaje para preparar la Pascua en nuestras vidas, en nuestra fe. La Pascua sigue siendo el acontecimiento que une la eternidad de Dios en Cristo con nuestro propio tiempo.

Un año más, a pesar de las tragedias que asolan Tierra Santa, acojamos esa invitación dirigida a Pedro y a Juan, esas palabras del Señor que Él traduce después en gesto sacramental; no por una costumbre que suele acompañar a los aniversarios, sino para hacer presente la gracia pascual como si fuera la única o, incluso, la última de nuestras vidas. Fue en la Última Cena con Jesús, antes de su pasión, cuando los Apóstoles comprendieron el sentido de la nueva «Alianza» fundada sobre el misterio de la muerte y la resurrección. El «gesto» que Jesús realizó en su Última Cena, el cual había quedado suspendido, por así decirlo, en vista de la pasión y muerte del Señor, recobra su plenitud en la Pascua de Resurrección del Señor y se restituye a la Comunidad apostólica y a la Iglesia como un acto de acción de gracias.

Parafraseando una reflexión de San Agustín (sobre el Salmo 60), podemos decir que Jesús tomó para sí el sentido de la Pascua hebrea, devolviéndonosla renovada en una nueva Alianza, tomó sobre sí la humillación del pecado y el drama de la muerte y nos ofreció el perdón y la gloria de la resurrección, entregándonosla en el Sacramentum novum.

En el Triduo Pascual, que comienza con la Cena Eucarística del Jueves Santo (primer día), nos unimos al sufrimiento de Cristo en Getsemaní, le seguimos en su humillación, muerte y sepultura (segundo día) y, haciendo nuestro silencio sabático (tercer día), permanecemos a la espera de la Pascua de Resurrección, tal y como dijo el Señor.

Feliz Pascua,

Fernando Cardenal Filoni
Gran Maestre

 

(Marzo de 2024)