P.Pizzaballa : Repartir de Cristo Resucitado
Encuentro entre el P. Pierbattista Pizzaballa y el P. Francesco Patton en el mometno de la entrada de este último en sus funciones de nuevo Custodio de tierra Santa en junio de 2016. Foto de Thomas Charrière, Patriarcado latino de Jerusalén.
Entrevista al nuevo Administrador apostólico del Patriarcado latino de Jerusalén, P. Pierbattistta Pizzaballa, nombrado en este puesto por el papa Francisco el día de la fiesta de san Juan Bautista, y elevado a la dignidad de arzobispo. Su consagración episcopal tendrá lugar en la catedral de Bérgamo, el próximo 10 de septiembre.
P. Pierbattista Pizzaballa, según usted, ¿cuáles son los diferentes retos de la presencia cristiana en los territorios bíblicos, especialmente en el Patriarcado latino que le han sido confiados pastoralmente?
Como ya se sabe, el Patriarcado se extiende desde Jordania hasta Chipre, pasando por Tierra Santa (Israel y Palestina), cuyo centro en Jerusalén. Es un gran territorio y muy diversificado, donde desde el punto de vista político, social y pastoral, las cuestiones son completamente diferentes.
En Jordania la esfera política es estable. Respecto a las tragedias que viven los países que la rodean, sobre todo en Siria e Irak, es un oasis tranquilo y sereno. Pero allí también, como en todos los sitios, no faltan problemas: la economía permanece frágil y hay muchos jóvenes parados. La cantidad enorme de refugiados sobre todos sirios está empezando a crear un gran malestar desde el punto de vista social. Hay que decir que el esfuerzo de todo el país para ayudar a esas personas desesperadas es admirable, pero permanece objetivamente complejo el dar perspectivas a centenares de miles de personas llegadas de repente, sobre todo, como decíamos, en un contexto económicamente ya frágil.
En Tierra Santa el conflicto político israelí-palestino es una realidad conocida de todos y sinceramente, no sabría qué añadir a ese tema. Deseamos que el seísmo político que ha modificado todo Oriente Medio conduzca también a los gobernantes de Palestina y de Israel a encontrarse de nuevo para dar una perspectiva a sus respectivos pueblos, que no sea una acusación mutua. Parece que se estén definiendo nuevos equilibrios entre los diferentes países de Oriente Medio. En Tierra Santa también ha llegado el momento de elaborar un nuevo lenguaje que da una perspectiva y un futuro. La única alternativa para ello es la guerra.
En Chipre también, parece que las discusiones entre las dos partes se han vuelto más fáciles.
Esperamos que no sean sólo apariencias.
En este contexto de grandes cambios, nuestras actividades pastorales también cambian. Los cambios, efectivamente, no conciernen solamente a la macro-política, sino también (incluso diría sobre todo) a las diferentes sociedades de los respectivos países. El papel de la familia, el contexto de los jóvenes, el mundo del trabajo, están cambiando rápidamente, lo mismo que en Oriente Medio. El diálogo interreligioso, en un contexto de creciente fundamentalismo, plantea nuevas y difíciles cuestiones. La relación entre las iglesias cristianas se encuentra confrontada a exigencias de coordinación comunes, y no solamente en un plano pastoral. En definitiva, las cuestiones son numerosas.
Intentaremos, como Iglesia, entender y trabajar juntos para encontrar posibles respuestas.
Conoce muy bien Tierra Santa donde ya ha servido para el Evangelio durante un cuarto de siglo. La situación de tensión extrema que reina sobre todo en Palestina parece sin salida, desde un punto de vista humano. ¿Cuál es el secreto de su esperanza y qué piensa hacer para participar en la búsqueda de soluciones que favorezcan la paz?
Nuestra esperanza, la esperanza de todo cristiano es Jesús Resucitado. Tenemos que partir de ahí. No creo que la Iglesia pueda cambiar o influir en la gran política. Los grandes de este mundo no lo consiguen, es inútil pensar en lo que podríamos hacer nosotros. Por supuesto podemos intentar dar a conocer y aportar nuestra voz, pero siendo conscientes también de nuestros límites.
Lo que debemos y queremos hacer consiste en no perder nunca la esperanza y la confianza, y permanecer obstinadamente apasionados y enamorados de esta Tierra y estos pueblos. Queremos, en este contexto, testimoniar por nuestro estilo de vida una manera de estar en el conflicto. Queremos ante todo estar en la paz y no permitir que el lenguaje del odio y de violencia prevalezca entre nosotros. No queremos dejar de creer en la bondad de las personas. En resumen queremos ser un lugar de encuentro que sobrepase todos los muros y barreras. Y esta fuerza nace y se entiende solamente con el encuentro con Cristo. De otra manera solamente es y permanece una de las numerosas abstracciones espirituales.
Usted, hijo de San Francisco, que ha elegido desposar a la Señora Pobreza, ¿cómo piensa que la Orden del Santo Sepulcro pueda dar a conocer mejor su profunda vocación, a veces oculta tras las apariencias ceremoniales, y qué mensaje espiritual desearía enviar a los 30 000 Caballeros y Damas comprometidos en sus diócesis al servicio de las “piedras vivas” que se encuentran en Tierra Santa?
Tierra Santa es el testigo de la historia de la salvación. Por eso es santa. Un Caballero tiene que hacerse portador, heraldo de esa experiencia de salvación que ha vivido. San Francisco antes de su conversión quería ser caballero y conquistar así un título heráldico. Después de su conversión quiso convertirse en heraldo del gran Rey, Jesús.
Un Caballero del Santo Sepulcro, al servir a las piedras vivas, es decir a las comunidades cristianas de Tierra Santa, quiere manifestar con alegría y de manera concreta la belleza de haber encontrado a Jesús y poder así “tocarlo”, hacer la experiencia a través de la Iglesia Madre de Jerusalén.
Entrevista realizada por François Vayne
(6 julio 2016)