Una diplomacia de pasos pequeños, para edificar la confianza
Mons. Paul Richard Gallagher, durante la recepción en honor de la Bienaventurada Virgen María Reina de Palestina, el pasado mes de octubre en el Palazzo della Rovere, sede del Gran Magisterio de la Orden en Roma. En la foto se encuentra conversando con Mons. Pizzaballa y Mons. Antonio Franco.
La Orden del Santo Sepulcro trabaja considerablemente al servicio de la educación por la paz en Tierra Santa, sobre todo ayudando a las escuelas y universidades en las que los musulmanes y cristianos estudian juntos, en una dinámica concreta de diálogo interreligioso. ¿Qué representa, en su opinión, esta institución pontificia y qué espera de ella para los años futuros?
La Orden del Santo Sepulcro persigue una bella misión de ayuda a la vez concreta y espiritual de las obras de la Iglesia y de los católicos presentes en Tierra Santa. A través de la acción que sus miembros realizan desde hace ya mucho tiempo, esta institución pontificia contribuye a manifestar la consideración de la Iglesia con respeto a los fieles en Tierra Santa. En el contexto actual, sabemos lo importante que es el diálogo interreligioso. En particular, la educación al diálogo sereno y el vivir juntos constituye un desafío crucial para asegurar la paz duradera para las generaciones futuras. Las obras de educación que permiten así a jóvenes cristianos, ellos mismos llegados de una gran diversidad eclesial, y a jóvenes de otras religiones, a crecer juntos, aprender, compartir y evolucionar en una dinámica de armonía, son verdaderos fermentos de esperanza que, sin lugar a dudas, no hacen ruido pero preparan el futuro y son testigos ya de una verdadera fraternidad en la diversidad.
¿Cuál es su lema episcopal y cómo ilustra su misión diplomática al servicio de la Iglesia para “desatar los nudos” entre las naciones?
“Caminar humildemente con Dios” (Miqueas 6, 8), es mi lema episcopal. Corresponde a la tercera parte de la respuesta del profeta Miqueas a la cuestión del pueblo sobre lo que el Señor espera de él.
Este lema invita en primer lugar a “caminar”, a avanzar y mirar hacia adelante, porque todos estamos en camino, un camino orientado hacia la plenitud que Dios quiere darnos. Ese camino no se hace sin Dios, no se hace tampoco sin los demás, sin esas mujeres y hombres que el Señor nos ha confiado o hacia quien nos envía. Es también un desplazamiento y un crecimiento en la fraternidad que exige una gran humildad. En el campo diplomático, en particular, la humanidad es necesaria no solamente para favorecer y construir un diálogo verdadero, sino que también es indispensable para trabajar sin descanso en la construcción de la confianza, respetando el tiempo de las relaciones, que en definitiva, no pertenece sino a Dios.
El Estado de Palestina ha sido reconocido por la Santa Sede un año después del viaje histórico del papa Francisco a Tierra Santa. ¿Cómo puede estimular concretamente este reconocimiento para la paz en Oriente Medio?
Desde hace varias décadas, el conflicto en Oriente Medio no deja de engendrar sufrimiento, incertidumbre, incomprensión, división y aislamiento. El tiempo agrava la situación y las heridas. Ahora bien, la estabilidad y la paz tienen que descansar inevitablemente sobre la justicia, el reconocimiento de los derechos de cada uno y la seguridad de las personas. La solución de los dos Estados se presenta desde hace mucho tiempo como la mejor que pueda remediar el conflicto y garantizar a los pueblos implicados un futuro y una paz estable, basados en la seguridad, la justicia y el derecho dentro de las fronteras internacionalmente reconocidas. La creación de una solución como ésta pide mucha valentía, “la valentía de la paz” como dice el papa Francisco. Exige también determinación y coherencia. En este largo y difícil proceso de paz israelí-palestino, implica ante todo reconocer las necesidades fundamentales de las personas y pueblos. Es evidente que la solución a un conflicto como éste, va a constituir un paso fundamental a favor de la paz en Oriente Medio.
¿Cuál es su posición respecto a la resolución adoptada en lo que se refiere a la ciudad santa de Jerusalén y la “Palestina ocupada”?
Una controversia compleja y que perdura desde hace tiempo ha vuelto a surgir después de las resoluciones adoptadas por la UNESCO el pasado mes de octubre. Se puede constatar que la cuestión, en un plano formal, ha sido tratada esencialmente desde el punto de vista cultural y desde un punto de vista del derecho internacional. Las decisiones de los Estados deben ser respetadas, por supuesto. Sin embargo, hay que seguir reiterando, como la Santa Sede lo ha subrayado, la importancia del carácter sagrado y universal de la ciudad de Jerusalén para las tres religiones monoteístas. En ese sentido el reconocimiento a nivel internacional de un Estatuto especial para la ciudad es, evidentemente, necesario. Sería deseable que ninguna de las partes sea privada de sus propios vínculos históricos con la ciudad de Jerusalén y que se encuentre una solución realista que pueda reflejar la identidad y vocación de la Ciudad Santa.
Como hombre de Iglesia, personalmente, ¿de dónde saca la esperanza en estos tiempos oscuros de “guerra mundial a trocitos”? ¿Qué signos prometedores puede señalar respecto a una “paz a trocitos” que también avanza sin hacer ruido?
¡Es una buena pregunta! Por momentos puede parecer, efectivamente, difícil cultivar la esperanza cuando vemos multiplicarse los actos de violencia que afectan casi siempre a inocentes, niños, familias, personas indefensas. La violencia a ciegas que caracteriza esta “guerra a trozos” según los términos del papa Francisco, engendra consecuencias dramáticas, tantos sufrimientos e injusticias. El apóstol San Pablo nos exhorta a ser hombres y mujeres de esperanza, esperando, como Abraham, “contra toda esperanza”. Recae sobre nosotros trabajar humildemente en medio de nuestro día a día, a través de gestos pequeños de paz, fraternidad, humildad y reconciliación, que son la simiente indispensable para la construcción de una paz verdadera y durable en la que no tenemos que dejar de creer y aspirar. La paz es un don que hay que buscar con paciencia y que “se vuelve artesanal en las manos de los hombres” - como lo ha dicho hace poco el papa Francisco. El Santo Padre hace a menudo referencia a una “diplomacia de pequeños pasos”. En cierta medida, ya tenemos signos alentadores con los recientes elementos de Cuba, en la República Centroafricana o incluso en Colombia. Se puede hablar pues también de una “paz a trocitos”, de una paz que se enraíza en la conciencia común de que todos somos hermanos en humanidad y que está alimentada por la fe en Cristo redentor y Príncipe de la Paz
¿Cuál es el punto de vista y el compromiso de la diplomacia pontificia respecto a los emigrantes y refugiados de Oriente Medio? Sobre estas cuestiones que el papa Francisco juzga prioritarias, ¿puede desvelarnos ciertas acciones llevadas a cabo últimamente?
Como ya saben, la cuestión de los refugiados es objeto de una atención particular por parte del Papa Francisco. De hecho, ha tenido a menudo la ocasión de expresar su inquietud por las personas a través de gestos y signos concretos. La Santa Sede se ha comprometido desde un punto de vista diplomático en favor del proceso de paz en Oriente Medio y en la resolución de los problemas que se encuentran en el inicio de las migraciones. Al mismo tiempo, la Iglesia católica aporta su apoyo a numerosas acciones en favor de los refugiados y emigrantes. A través del Consejo Pontificio Cor Unum, que favorece y coordina las iniciativas de las diferentes organizaciones y asociaciones caritativas católicas, la Santa Sede también quiere responder a las necesidades concretas de los refugiados presentes en muchos países como en el Líbano, Jordania, Turquía, Chipre, Egipto, sin hablar, por supuesto, de la ayuda aportada a las poblaciones en Siria e Iraq que viven situaciones dramáticas. Desde septiembre de 2014 también se ha puesto en marcha un Punto central de información sobre las Agencias católicas de ayuda a favor de la crisis humanitaria sirio-iraquí, para facilitar la cooperación e intercambio de informaciones sobre las diferentes agencias católicas comprometidas en la ayuda humanitaria, en la crisis iraquí y siria. En 2016, la red eclesial ya ha movilizado más de 200 millones de dólares que han permitido ayudar a más de 4 millones y medio de personas, una cifra que sigue siendo insuficiente, si se tienen en cuenta las enormes necesidades, y que invita a mayor movilización. Añadiría que desde el 1 de enero, la competencia del Consejo Pontificio Cor Unum constituye uno de los principales departamentos del nuevo Dicasterio para el desarrollo humano integral. A propósito de ello, se puede hacer notar que el mismo Papa ha querido reservarse la competencia del nuevo departamento para los emigrantes y refugiados, lo que una vez más, refleja el compromiso, a todos los niveles, de la Iglesia a favor de esas poblaciones.
* Esta entrevista ha sido traducida del original en francés
Realizado por François Vayne
(10 de enero 2017)