Celebrar la Navidad en Belén en tiempos de guerra
En la discreción de un Adviento vivido en unidad con las víctimas del conflicto actual de Tierra Santa, el 11 de diciembre de 2024, dos cristianos de Belén, padre e hijo, preparaban modestos adornos para decorar el claustro de la iglesia de santa Caterina de la ciudad de la Natividad. Tan solo unos pocos transeúntes fueron a meditar allí ese día. El silencio reinaba allí donde Cristo nació. De hecho, las autoridades habían pedido que, este año, la Navidad se celebrara con tranquilidad, y como explicaba el hermano Daoud Kassabry, director del Colegio de los Hermanos de Jerusalén: «Nos hemos limitado a hacer actos religiosos, rezar, meditar y suplicar al Señor que envíe Su paz». Esta discreción se explicaba a través del deseo de unirse al sufrimiento de todos: «No podíamos estar alegres mientras otros estaban de luto».
En condiciones humanas, tomando la medida de la abominable situación en la que se encuentran tantas personas, era difícil alegrarse y abrazar la alegría de la Natividad en un contexto como este. El cardenal Pierbattista Pizzaballa, Patriarca latino de Jerusalén, que acababa de volver de su intensa visita pastoral a Gaza, destacó en su homilía del 24 de diciembre, en una confesión humilde y encarnada, su «dificultad para reconocer y anunciar a los que están aquí y a los que, en todo el mundo, miran hacia Belén, la alegría del nacimiento de Cristo». Por tanto, para los cristianos, no se trataba de ocultar la desgracia y sustituirla por una luz falsa e hipócrita. Nadie en Tierra Santa podía engañar de tal forma.
Fue precisamente en la oscuridad de la noche, la noche del nacimiento del Salvador, cuando los pastores «escucharon a los ángeles y [...] creyeron», señaló el Patriarca. La festividad de Navidad llegó de puntillas, como cuando María y José acogieron al niño en la mayor pobreza, pero guiada por una fuerza sobrenatural extraordinaria, en la fe y la esperanza. Si la fe se da y habita en el corazón de estos cristianos, la esperanza es un fruto que debemos cultivar. El cardenal de Jerusalén insistió en la importancia de «elegir » y «decidir» con «coraje» seguir a Cristo y habitar esta tierra. Los scouts cristianos de Tierra Santa lo demostraron desfilando sin tambores hasta la basílica de la Natividad, como parte de la procesión de entrada del Patriarca, dando testimonio de la presencia viva de los jóvenes que son una promesa para la Iglesia Madre, a la que, con amor, se dirigen las miradas de los bautizados de todo el mundo. Por tanto, el mensaje fraternal del cardenal Pizzaballa invitaba a mirar al futuro con confianza: «Nuestro compromiso [...] se centra en que, a partir de esta Navidad, al venir aquí, revelemos nuestra fe y esperanza en favor de la vida tanto en Belén como en el norte de Palestina».
La basílica de la Natividad no registró una afluencia de peregrinos masiva en la misa de medianoche, lo que le permitió acoger en sus bancos a muchos cristianos de Belén y los alrededores, que otros años suelen irse debido a la falta de espacio. Sin embargo, algunos fieles extranjeros sí que vinieron hasta la cuna de Cristo, como es el caso de cinco peregrinos franceses, testigos de una fe inquebrantable en un mundo atormentado. En ese ambiente de alegría interior, la gruta de la Natividad se asemejaba a un auténtico tabernáculo de oración durante la noche, mientras se celebraban misas en todas las lenguas y los cristianos se reunían pobremente en el secreto de la Navidad.
El mensaje que transmite con suave fuerza esta Navidad en Tierra Santa es esa «determinación heroica del alma, cuya forma suprema es la desesperación superada» (Georges Bernanos, una esperanza invencible que se hace realidad en nuestras vidas gracias al nacimiento de Cristo).
Damaris Vayne
(Enero de 2025)