¿Una fórmula contra el consumismo exasperado?
El tiempo de Cuaresma nos empuja rápidamente hacia la Pascua y es siempre la ocasión extraordinaria para revivir de un modo nuevo el misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Esto significa estar, o más bien caminar tras las huellas de Cristo, no tanto como una cuestión emocional, sino para captar el significado de todo lo que en la fe cristiana entendemos por este tiempo de reflexión y oración. Debemos comprender entonces esos últimos momentos que Jesús vivió con esos «amigos», hombres y mujeres, que compartieron sus últimos y más significativos momentos.
Desde el punto de vista litúrgico, en efecto, el cristiano revive a través de la Cuaresma el misterio redentor de Jesús siguiendo espiritualmente sus huellas.
Dejémonos, pues, interpelar por este breve relato del evangelista Mateo:
«Mientras iba subiendo Jesús a Jerusalén, tomando aparte a los Doce, les dijo por el camino: “Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará”». (Mt 20,17-19)
Podemos escuchar estas palabras como espectadores indiferentes o con el asombro de los discípulos, que, en verdad, no comprendieron inmediatamente su significado. De hecho, Pedro trató de desengañar a Jesús de aquella idea un tanto extraña de la muerte; los demás discutían sobre ir a Jerusalén, el lugar del poder religioso y político, para ver por fin manifestarse el «Reino de Dios», del que habían oído hablar, imaginando que se convertirían en los actores principales. Entonces Jesús les devolvió a la realidad, al verdadero sentido de las palabras, a saber, que había venido «a servir y a dar su vida en rescate por muchos». (Mt 20, 28).
Pero, incluso con estas palabras, ¿qué quería decir Jesús? Los discípulos, que habían seguido al Maestro desde el comienzo de su vida pública, ¿necesitaban realmente verse envueltos en el misterio de la muerte para comprender plenamente su significado? Sin embrago, hay que escuchar pacientemente y con el corazón abierto para comprender y creer, pasando por el desconcierto de aquella condena injusta del Señor y la dolorosa y dramática muerte en la cruz.
Me viene a la mente la siguiente pregunta: ¿Era realmente necesario que Cristo pasara por su pasión? Sí, era necesario, porque fue el momento en que, para la Iglesia, tomó sobre sí toda la historia humana, bebiendo hasta el fondo su amargo «cáliz» (cf. Mc 14,36). Pensemos en algunos de los acontecimientos de la humanidad con los que Jesús mismo se vio confrontado en vida: de la absurda matanza de los niños inocentes en Belén hasta la desesperación de sus familias; desde el crimen del corrupto Herodes, que hizo decapitar a Juan en la cárcel hasta la vida desgraciada de los leprosos marginados; desde los ciegos reducidos a la mendicidad hasta los sordos privados de toda relación social; desde los esclavos sin esperanza hasta los niños que sufren; desde los seres humanos atormentados por espíritus malignos hasta los pobres, y así sucesivamente, hasta la religiosidad hipócrita incluso hacia Jesús, cuando recordaba: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí» (Is 29, 13, Mc 7, 6). En la cruz, Cristo cargó con todas las realidades dramáticas y pesadas de la vida humana. Pero, ¿no siguen siendo las mismas pesadas realidades de nuestra vida actual? ¿De nuestra época?
Entonces será necesario ir incluso más allá de la cruz, hasta el sepulcro, donde depositó todos los males de la humanidad en espera del juicio de Dios, y donde el «Padre» dará a su Hijo una nueva vida, una vida «otra».
En la última Cena, antes de morir, Jesús quiso renovar el sentido de la nueva Pascua, por eso lavó los pies de los discípulos inclinándose ante ellos y quitándoles el cansancio de su caminar con Él; les dio un «pan» y un «vino» para que en el camino de la nueva fe no les faltaran las fuerzas, enseñó la oración para no ceder a la tentación y aseguró su asistencia para acompañar también hoy a la Iglesia.
¿Nuestra espiritualidad sigue necesitando un camino cuaresmal que no sea una fórmula renovada contra el consumismo exasperado que no nos da ni paz ni dignidad?
Fernando Cardenal Filoni
Gran Maestre
(Marzo de 2023)