“No se regatea con Dios”

Durante las sesiones del Gran Magisterio, los miembros participan en la eucaristía que se celebra cada mañana antes de comenzar los trabajos, para confiar su labor al Señor

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“No se regatea con Dios” El Patriarca latino de Jerusalén, Mons. Fouad Twal, Gran Prior de la Orden del Santo Sepulcro, durante una misa celebrada en la reunión de otoño del Gran Magisterio, delante del icono de Nuestra Señora de Palestina, instalada recientemente para ser venerada en el Palazzo della Rovere.

Los días de reunión del Gran Magisterio siempre empiezan con la celebración en común de la Eucaristía. No es un momento suplementario en la larga serie de citas de los miembros del Gran Magisterio durante el encuentro que les reúne dos veces al años, sino la conditio sine qua non de lo que da sentido a todo lo que la Orden hace en Tierra Santa y en el mundo.

Es más bien un momento clave para volver juntos a la fuente y poner todo en manos de Dios. El 10 de noviembre, durante la apertura del Gran Magisterio para el otoño 2015, el Gran Maestre, el cardenal Edwin O’Brien, presidió la Santa Misa. Cuando comentaba el pasaje difícil del Evangelio de san Lucas de los “siervos inútiles” (17, 7-10), el Gran Maestre dijo: “En este pasaje el Señor no es ni comprensivo ni atractivo, sino que intenta tambalear una tendencia dominante en la espiritualidad de esa época y aún de actualidad. Creemos que Dios nos debe algo; que si nos comportamos como es debido, tiene que recompensarnos. Pero, – siguió diciendo – Dios no nos debe nada. Nos ha dado la vida y estamos llamados a vivir sin buscar recompensas inmediatas a nuestros actos. No se regatea con Dios”. “Servicio” ha sido una de las palabras claves de la homilía. Cada buena acción que hacemos es un don de la gracia de Dios y tendríamos que ser reconocedores de la posibilidad que nos ofrece de poder ponernos a servir.

Al día siguiente, la misa fue celebrada por Mons. Fouad Twal, Patriarca latino de Jerusalén y Gran Prior de la Orden. A partir de Lucas 17, 11-19, el evangelio de los diez leprosos curados y de los cuales tan solo uno volvió para agradecer a Jesús, el Patriarca insistió sobre la llamada de la Orden: “Si Jesús tendió su mano a los leprosos, nosotros también tenemos que ayudar a los que sufren, como Orden y como Iglesia. ¿Podemos curar a esa gente con nuestro amor, amistad y solidaridad? El ejemplo de referencia para nuestras actitudes es el de la Sagrada Familia de Nazaret, un ejemplo de humildad, silencio, tranquilidad y confianza.

Mons. Twal concluyó con un pensamiento dirigido a la Bienaventurada Virgen María, Reina de Palestina, cuyo icono se encuentra detrás del altar instalado en una de las salas del Palacio de la Rovere: “Esta imagen de María no tiene a Jesús en los brazos, sino a la ciudad de Jerusalén con todas sus alegrías y penas y a todos sus habitantes”.


(5 diciembre 2015)