El corazón de Jesús es el manantial, la fuente de toda bendición y gracia

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Vetrata Marsiglia_Sacro Cuore di Gesù Vitral que representa al obispo, Mons. de Belsunce, consagrando la ciudad de Marsella al Sagrado Corazón de Jesús hace tres siglos.

El cardenal Filoni fue invitado a presidir la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús el viernes 24 de junio en Gdynia, ciudad polaca situada en la costa sur del mar Báltico, en la archidiócesis de Gdansk (Dánzig). Caballeros y Damas de la Lugartenencia de Polonia asistieron a esta celebración. Publicamos en nuestra página web la homilía en cinco idiomas pronunciada por el Gran Maestre para esta ocasión, para que todos los miembros de la Orden en todo el mundo puedan acceder a esta hermosa y profunda reflexión espiritual, cuyo contenido va dirigido a todos.

El sábado 25, el cardenal Filoni recibió el premio «Hombre de reconciliación y paz», en particular por su fructífero servicio como nuncio apostólico en Oriente Medio.

 

Hoy, en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, día de la santificación sacerdotal, celebramos una fiesta litúrgica particularmente apreciada por el pueblo de Dios, y especialmente aquí en Dánzig. Me complace mucho celebrar esta solemnidad con ustedes y agradezco a mi hermano en el episcopado, su arzobispo, Mons. Tadeus Wojda, su invitación. Saludo cordialmente a todos los presentes con profundo afecto en Cristo.

Cuando hablamos de afecto, pensamos de inmediato en el corazón, casi como una referencia concreta.  En sentido literal, el corazón es el órgano que hace circular la sangre por todo el cuerpo, una función fundamental para la vida. En un sentido traducido o figurado, el corazón es la sede del alma, en un sentido natural o sobrenatural.

En la Sagrada Escritura, el corazón se convierte en el órgano a través del cual Dios manifiesta su benevolencia a los seres humanos, a imagen de los sentimientos entre dos amantes o entre padres e hijos. En este sentido, el corazón aparece como la sede de la intimidad, del secreto del ser humano, hombre o mujer, niño o anciano, según la emotividad de cada uno: alegría, tristeza, valor, emoción, pasiones. Todo se atribuye al corazón. Hace unos días, una madre me contó que su hijo de tres años, después de su fiesta de cumpleaños con sus amigos, le dijo: «Tengo tristeza en el corazón. ¿Cómo es posible?, le preguntó ella. El niño respondió: porque mi fiesta ha terminado». ¡Estamos hablando de un niño de apenas tres años que ha identificado el corazón como sede de su tristeza o alegría!

El mismo Jesús, en el famoso pasaje del Evangelio de Marcos, capítulo 7, versículos 14-23, nos enseña que es del corazón, es decir, del interior del ser humano, de donde nace esta impureza, es decir, esos pensamientos perversos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad y que le hacen infeliz y hacen infelices a los demás.

En el Evangelio de hoy, que acabamos de escuchar, Jesús se dirige a los recaudadores de impuestos y a los pecadores y les cuenta a los que le escuchan una parábola extraordinariamente bella y eficaz, fácilmente comprensible para todos; yo diría también que es una parábola revolucionaria porque desbarata el modo de pensar moralista y pretencioso del que se alimenta nuestra cultura superficial y farisaica. Un pastor, dice Jesús, tiene cien ovejas; las conoce una a una, las ha puesto un nombre a cada una, las vigila cada mañana, sabe cuándo están enfermas o cuando algunas están preñadas, si son rebeldes o dóciles. Un día pierde una de ellas, tal vez porque no ha obedecido a su llamada, o porque se ha distraído, o ha sido atraída por un pasto mejor más alejado; no dice al volver al redil: que se las arregle, es su problema, lo siento por ella, o ya estoy harto de quejarme; al contrario, deja a las otras noventa y nueve ovejas en el establo y va en busca de la perdida, mientras él está cansado y hambriento. Entonces, cuando la encuentra, sintiendo una inmensa alegría en su corazón, la carga sobre los hombros, llama a sus amigos y lo celebra. Tres acciones incontenibles que salen de lo más profundo de su corazón: se alegra, carga sobre los hombros sin quejarse, sin golpear a la oveja perdida, y lo celebra con sus amigos. El comentario de Jesús sobre esta breve parábola es sorprendente: «Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse».

Pregunta: ¿De quién está hablando Jesús, si no de ustedes y de mí? ¿Pecadores, rebeldes, incrédulos en nuestros corazones ante Dios y los demás? Soy yo, eres tú para el Señor, esa oveja perdida que necesita convertirse, ser buscada por Él, llevada sobre sus hombros a la casa del Padre. Esta parábola pone de relieve toda la misericordia de Cristo para con el pecador, y la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús es el día en que celebramos la misericordia de Jesús, que tuvo en santa Faustina Kowalska un extraordinario apóstol de la devoción a Cristo misericordioso, y en Juan Pablo II un pontífice que llevó a la Iglesia postconciliar a «profesar y proclamar la misericordia divina en toda su verdad, cual nos ha sido transmitida por la revelación» (Dives in misericordia, 13); De este modo, abrió un auténtico proceso de evangelización por el que «el hombre no solo recibe y experimenta la misericordia de Dios, sino que está llamado a “usar misericordia” con los demás» (DM 14), con respeto a lo humano y a la fraternidad mutua, porque «el mundo de los hombres puede hacerse “cada vez más humano”, solamente si en todas las relaciones recíprocas que plasman su rostro moral introducimos el momento del perdón, tan esencial al evangelio» (DM 14).

El evangelista Juan, hablando de Jesús ya sin vida en la cruz, nos dice que «uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua» (Jn 19,34). El corazón de Cristo se abrió en un exceso de celo militar jurídico para dejar constancia de su muerte, pero simbólicamente, este gesto recuerda a la roca golpeada por Moisés que, en el desierto, proporcionó agua a un pueblo sediento y agotado (cf. Núm 20,11), mientras que Isaías, más de setecientos años antes de Cristo, había predicho: «Y sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación» (Is 12,3); el profeta Zacarías añadirá: «Derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de perdón y de oración, y volverán sus ojos hacia mí, al que traspasaron». (Zac 12:10; Jn 19:37)

Queridos hermanos y hermanas en Cristo, el corazón de Jesús es el manantial, la fuente de toda bendición y gracia. Así lo creemos al celebrar esta Eucaristía, en la que, una vez más, el Señor está entre nosotros, habla, rompe el pan de su cuerpo y ofrece el agua viva de su sangre sacramental. Esto significa que se cumplen las palabras de Isaías mencionadas anteriormente, es decir, que sacaremos la alegría de las fuentes del Salvador con un espíritu de gracia y consuelo. Esta es la belleza de celebrar juntos esta solemnidad cristológica. Que esta gracia y esta bendición que invocamos en la oración de hoy sean un don para cada uno de nosotros, para nuestras familias, para este país, para las relaciones entre los pueblos duramente probados por la guerra y el sufrimiento, y finalmente para la Iglesia. Y con la Iglesia, pidamos a Dios Padre que del Corazón de su amado Hijo brote esa paz que los hombres comprometen con sus guerras y ese consuelo que tantas personas esperan para Ucrania.

Amén.

Fernando Cardenal Filoni
Gran Maestre

 

(24 de junio de 2022)