Pascua de Resurrección

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Pasqua di Resurrezione Resurrección, pintura de Olivier Pfaff

 

Esta es la expresión recurrente que aparece en el calendario del domingo en que la Iglesia celebra a Jesús, el Resucitado. Es una expresión que también se encuentra en la liturgia y en la teología, en definitiva, en el lenguaje de la Iglesia. Pero, ¿qué se entiende por «Pascua de Resurrección»? Es verdad que muchas personas captan el significado, quizá por reminiscencias catequéticas, pero también merece la pena buscar un sentido más profundo.

En la liturgia católica, los dos términos -Pascua y Resurrección- van de la mano y se refieren a dos acontecimientos extraordinarios que conviene recordar brevemente. En primer lugar, la palabra «Pascua», que procede del arameo pashā' (en hebreo pésaj), se utiliza en la Biblia (Ex 12,48) para conmemorar el «paso de Dios» y el «éxodo» de los judíos de Egipto; se trata de una fiesta de gran importancia, llena de rituales familiares y sagrados. Jesús y su familia natural la celebraban con devoción cada año, como era y es tradición en las familias judías observantes. La celebración se convirtió en una memoria, una historia, una oración de gratitud y alabanza al Señor por su intervención en favor de «Su» pueblo. No se trata de una epopeya, pues la Pascua toca a la existencia de todo buen judío de manera concreta, hasta el punto de unirlo a Dios en una alianza eterna, y recíprocamente, pero también a la tierra que legará a sus hijos; la Pascua es una celebración en torno a la Palabra de Dios; es un camino eterno.

Jesús asumió, pero también trascendió, el significado de esta solemnidad judía; tanto que no sólo no quiso ignorarla cuando fue «buscado» por el Sanedrín, sino que la celebró «con gran deseo» (Desiderio desideravi - Lc 22,15) con los Doce, su nueva familia, al estilo de los llamados Shavuot (las reuniones de peregrinos que acudían a Jerusalén para la ocasión). Durante la Última Cena, Jesús introduce algo nuevo en la práctica: da gracias al Señor y ofrece a los Doce su «Cuerpo» y su «Sangre» en la materia concreta del pan y el vino, como signo de la Nueva Alianza.

El «Esto» de Jesús es una novedad importante y permitirá a la comunidad apostólica no sólo formarse en torno al Resucitado y consagrarse para la venida del Espíritu Santo, sino también constituirse como Ekklesia, es decir, como Comunidad de fieles, y repetirlo; este «Gesto» es también el «Don» de Dios para nosotros, y en la amistad de Jesucristo, el que perdona y permite a la humanidad acogerlo como expresión del propio amor de Dios y devolvérselo; en definitiva: amor y sacrificio van unidos. Benedicto XVI ha escrito que en cada celebración de la Eucaristía están igualmente presentes todas las corrientes de la antigua alianza y, en cierto modo, la espera secreta de todas las religiones (Temas de teología dogmática, en Qué es el cristianismo).

Cuando hablamos de «Resurrección» nos referimos al cuerpo de Cristo en el que ya no hay vida humana. Jesús es depositado en el sepulcro. Pronto comienza el sábado, el sábado en el que no se puede realizar ninguna acción que implique trabajo, y que corresponde a aquel séptimo día en el que Dios «descansó» después de la creación. Jesús lo observa en el silencio de la muerte; es el día del descanso sabático, aparentemente un tiempo de «inactividad».

 

Para la liturgia católica, el «Sábado» (santo) se ha convertido en el día de la meditación, del dolor íntimo, el día en que vuelven a nuestra mente todos los recuerdos, las palabras, los muchos porqués que acompañan los momentos extremos, como los de la muerte. Esto es así hasta el primer día de la semana después del sábado, que para los cristianos es el Domingo, y que para la Sagrada Escritura corresponde al día de la creación de la luz (cf. Gn 1,5). ¡Una analogía que no es casual!

Ese día, el primero de la semana, tuvo lugar el acontecimiento más inesperado, inaudito y sobrecogedor: la Resurrección de Cristo.

«¿A quién buscáis?» Esta es la pregunta que se hizo a aquellos, mujeres y hombres, que habían ido a visitar a un difunto. Los únicos presentes en el momento de la Resurrección habían sido los soldados, pero habían huido, alterados, para informar a quienes les detenían en su huida.

Ahora Cristo resucitado se convierte en el espacio de la adoración de Dios, comenta Benedicto XVI; nace la fe cristiana y se realiza nuestra inclusión en el nuevo «Cuerpo», que une definitivamente a todo bautizado con el Resucitado. Esta es la Pascua de Resurrección. En la fe cristiana, la muerte de Jesús es el acto de amor más radical en el que se realiza verdaderamente la reconciliación entre Dios y un mundo marcado por el pecado, y la Resurrección es el acontecimiento más sublime de la obra de Dios.

Cada Caballero y cada Dama debe acoger en sí este misterio que le capacita de modo particular para una misión espiritual muy elevada. El acontecimiento de la Resurrección nos recuerda que Cristo trasciende en sí mismo la naturaleza y la historia humana y que nuestra conversión al Señor adquiere una gloria incomparable en la novedad de su condición de Viviente. (cf. Hb 3,10-16).

En la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén, el Resucitado nos ofrece en la Pascua de Resurrección, a quienes le hemos visitado en nuestras peregrinaciones como las mujeres piadosas y los discípulos, una «herencia» con el «Título» del lugar de su sepultura, para entrar en su amistad y destinarnos a una misión de fe y de alta caridad. Este Sepulcro en el que el Hijo de Dios depositó el peso de nuestra humanidad pecadora y dolorosa, se convierte en el lugar del comienzo de una vida nueva en Él, de esperanza para todas las multitudes.

Como hijo de Dios, dice la Carta a los Hebreos, «Cristo,  (...) está al frente de la familia de Dios; y esa familia somos nosotros, con tal que mantengamos firme la seguridad y la gloria de la esperanza» (Heb 3,6).


¡Feliz Pascua de Resurrección!

 

 

Fernando Cardenal Filoni

(Abril de 2023)