Meditando sobre la Cruz con el Santísimo Crucifijo de la Piedad

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Crocifisso della Pietà

El 14 de septiembre de 2020, el Gran Maestre de la Orden del Santo Sepulcro, el cardenal Fernando Filoni estaba en Galatone, provincia de Lecce, para presidir la apertura solemne del 400 aniversario del Milagro del Santísimo Crucifijo de la Piedad que se encuentra en ese santuario. Este sagrado Icono de Jesús (cf. la foto) que data del siglo XV evoca el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor según una de las representaciones que tanto admira la teología oriental. En 1621 la imagen estaba cubierta por un velo que la protegía de la mirada directa de los fieles, preservando así la imagen que consideraban como milagrosa. El 2 de julio de 1621, hace casi 400 años, ante los ojos de varios testigos, el velo se levantó monstrando las manos del Señor, que parecían querer quitar el velo.

En este día de fiesta para los Caballeros y Damas de la Orden en el que la Iglesia nos invita a meditar sobre la Exaltación de la Santa Cruz, tan cerca de nuestra espiritualidad, compartimos algunos extractos de la homilía pronunciada por el Cardenal Filoni sobre el tema de la cruz. 

«Reflexionando sobre el misterio de nuestra redención puede parecer original la expresión “Santísimo Crucifijo de la Piedad”. En realidad, la palabra "Piedad" no significa aquí un sentimiento "piadoso", ni evoca emoción hacia un "pobre hombre" cuya apariencia expresa sufrimiento. Es san Pablo quien nos ofrece, antes de presentar una admirable síntesis de su Cristología (“El cual fue manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, mostrado a los ángeles, proclamado en las naciones, creído en el mundo, recibido en la gloria», (1Tim 3, 16), dice que es nuestro profundo deber "confesar que es grande el misterio de la piedad (pietas), es decir, grande del afecto y el amor "apasionado" de Dios por nosotros, un amor que se ofrece a la humanidad, un amor que nos transforma y nos abre a los demás.

El Icono del Crucificado que veneramos nos presenta a Jesús con un manto púrpura sobre sus hombros; detrás de él se vislumbra una cruz, mientras que él está en medio de una tumba con un rostro ligeramente reclinado dejando una sensación de paz.

El manto púrpura era el símbolo del poder y dominio de los reyes. Sobre los hombros de Cristo, en verdad, no representa la grandeza del poder imperial, sino el profundo misterio del sufrimiento, de un ser humillado y burlado por sus torturadores, por un procurador romano y por los líderes del pueblo que levantaron a la multitud contra él. El de Jesús es el manto del servicio, de su propio martirio y de lo que la Iglesia también sería llamada a semejanza de su Señor, de las tribulaciones de los fieles y de las persecuciones de tantos de sus miembros a lo largo de los siglos.

Crocifisso Pietà_Galatone

La cruz, de instrumento de muerte infligido por la sentencia romana y reservado a los esclavos para los crímenes más graves, se convertía en instrumento de reconciliación y salvación, tanto es así que san Pablo escribió a los gálatas que su único orgullo era la cruz de nuestro Señor Jesucristo (cf. Gál 6,14), y recordaba a los habitantes de Corinto que esa misma cruz era escándalo para los judíos, locura para los gentiles, pero para los creyentes, Cristo crucificado es el poder y la sabiduría de Dios (cf. 1 Cor 1, 23-24).

El Cristo que emerge en medio de la tumba es sinónimo no solo del misterio de su muerte sino, al mismo tiempo, de su resurrección. Jesús está vivo. Con su resurrección calmó el alboroto, superó la barrera de la consternación en la que se había sumido la humanidad, los discípulos y las mujeres que lo habían enterrado, confundía las mentes de los fariseos y de Pilatos. El punto decisivo en todos estos eventos arcanos fue su resurrección. No se trataba de un cadáver reanimado, sino de algo totalmente distinto de cualquier forma de revitalización a la que a veces recurre la medicina; es una nueva dimensión de la existencia que Jesús adquiere y nos da: "Yo soy la resurrección y la vida" (Jn 11, 25).

Mirando el misterio representado en el Icono del Crucifijo de la Piedad, nos llama la atención a cada uno de nosotros su rostro cargado de sufrimiento, pero también de paz: ¿Qué quiere decirme Cristo hoy? […]

El prodigioso acontecimiento que conmemoramos, es decir, el velo que se retira y las manos que se desatan, ¿no nos dicen que Cristo quiere hablarnos, que quiere mirarme a los ojos, que espera que le miren a los ojos, que quiere entablar un diálogo sobre la vida destruida por los pecados, que quiere que comprenda que no es ni distante ni indiferente a mí o al mundo en que vivimos?

El profeta Isaías, en una conmovedora invocación, gritó: "¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses! En tu presencia se estremecerían las montañas" (Is 63, 19). El Hijo de Dios, que también se ha hecho Hijo del hombre, ha abierto los cielos, ha abierto un diálogo, como dice san Pablo, ha quitado el velo de los ojos de nuestra mente (cf. 2 Cor 3, 16), quiere continuar el diálogo con este mundo nuestro cerrado, egoísta, pagano, en el que no negamos a Dios, sino que más bien lo ignoramos, lo escondemos, lo evitamos de pensamiento, en el fondo de nosotros mismos, con cínica indiferencia, que nada cambiará.

Me gustaría pensar que el sentido de esta celebración y este aniversario no será un simple acontecimiento histórico, sino una ocasión propicia para una profunda renovación espiritual también en el contexto de esta pandemia que nos ha hecho más humildes; Jesús descorre una vez más el velo y pide la renovación de nuestra fe en el signo de la Cruz y en el contexto de las numerosas cruces que cotidianamente nos angustian y nos hacen sufrir; pide un acto de confianza en la misericordia de Dios, de reconciliación en las familias, de conversión profunda. Dejémonos reconciliar con Cristo. Aprendamos a amar en la dimensión de la Cruz y de un Crucificado que quita el velo de nuestra hipocresía y nos mira para siempre a los ojos. Amén».


Fernando Cardenal Filoni


(14 de septiembre 2020)