«Esfuerzos sinceros para entenderse»

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Angolo di giugno 2022

Dentro del marco del congreso organizado en París por el Observatorio del hecho religioso (CREC Saint-Cyr), los días 23 y 24 de mayo en la Escuela militar, fui invitado a dar una conferencia sobre el tema: «Una nueva perspectiva: ¿Yihad y fraternidad humana?» He aquí un extracto de mi intervención sobre el tema del diálogo islámico-cristiano, que es una dimensión de la misión de nuestra Orden en Tierra Santa, en el espíritu de la Declaración de Abu Dhabi, firmada por el papa Francisco y el gran Imán de la Universidad de al-Ahzar.

 

«Hoy por hoy, un nuevo acercamiento original entre el mundo islámico y el mundo católico ha sido iniciado por el papa Francisco y el gran Imán sunita de Al-Azhar, Ahmed al-Tayyeb, con la firma del Documento sobre la Fraternidad Humana por la Paz Mundial y la Convivencia Común, que tuvo lugar en Abu Dhabi el 4 de febrero de 2019. Luego, hace un año, el Papa se reunió con el gran Ayatolá Al Sistani en Nayaf (Irak), abriendo un nivel máximo de contacto entre los católicos y el mundo chiíta; un contacto que podría conducir a importantes acercamientos también entre sunitas y chiítas y a una deseable revisión de sus contrastes históricos.

Es interesante observar que tanto el Papa como el gran Imán comienzan el Documento no abordando cuestiones religiosas controvertidas (que generarían nuevas dificultades), sino partiendo de lo que tienen en común: la fe en un Dios misericordioso y clemente, que creó a todos los seres humanos iguales en derechos, deberes y dignidad, y los llamó a convivir como hermanos y amigos para difundir los valores del bien, de la caridad y de la paz. Son expresiones del más alto valor teológico y antropológico que conducen, en mi opinión, a vaciar esa carga yihadista más agresiva e intolerante.  ¿Quién es el «infiel» si el principio de apelación es ese Dios «misericordioso y clemente» que comparten judíos, cristianos y musulmanes, creador de todos los seres humanos iguales en derechos y dignidad?

Al abandonar el terreno de la confrontación y la disputa religiosa (cada uno guardará para sí los principios doctrinales que forman el núcleo y la diversidad intrínseca de su fe), se abre una vía que aporta un soplo de aire fresco; esta visión común, de hecho, debilita la acusación de intolerancia; pero también hay que decir que deben cesar las provocaciones interreligiosas y extrarreligiosas, que tienden a desencadenar la agresión y a ofender a la otra parte.

Hoy en día, sobre todo en el mundo mayoritariamente islámico, pero también allí donde el islam es más minoritario, cualquier forma de yihad está alimentada por la injusticia real o supuesta, por la violación de las creencias y los valores islámicos. Si bien es legítimo mantener un sentido de respeto, no hay justificación para el terrorismo o los asesinatos: es conveniente aquí hacerse eco del grito del papa Francisco y del gran imán al-Tayyeb: «Quien mata a una persona es como si hubiera matado a toda la humanidad; condenamos todas las prácticas que amenazan la vida como el genocidio, los actos terroristas (...) y las políticas que apoyan los numerosos crímenes; declaramos -con firmeza- que las religiones nunca incitan a la guerra y no solicitan sentimientos de odio, deseos de extremismo, ni invitan a la violencia o al derramamiento de sangre; todo ello conduce a la desviación de las enseñanzas religiosas, a la utilización política de las religiones y también a las interpretaciones de grupos de hombres de religión que han abusado -en determinadas fases de la historia- de los sentimientos religiosos». Esto es claro y preciso.

Por cierto, me gusta pensar que este punto de vista ha favorecido idealmente los llamados «Acuerdos de Abraham» entre Israel, Bahrein y los Emiratos Árabes Unidos y ha abierto procesos con otros países islámicos.

Para la Iglesia católica, la revisión de las relaciones interreligiosas ya había comenzado formalmente con la Declaración Nostra Aetate (NA) del Concilio Vaticano II, cuando los Padres del Concilio consideraron que era su deber condenar todas las persecuciones y manifestaciones de intolerancia del pasado y esperaban superar aquellas «desavenencias y enemistades que surgieron entre cristianos y musulmanes, exhortado a todos a que, olvidando lo pasado, procuren y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres» (NA 3).

Si no se controla la Historia, se repetirán los errores; la historia de la humanidad no se construye a partir de determinismos puros, sino que es un entretejido de libertades que hay que reconocer y respetar recíprocamente».

 

Trato este aspecto de la misión de la Orden en mi libro Y toda la casa se llenó del aroma del perfume (Romana), en el capítulo dedicado a la dimensión eclesiológica de la espiritualidad de la Orden.

 

Fernando Cardenal Filoni

 

(Junio de 2022)